Edward Gorey, el autor de las historias góticas que inspiraron a Tim Burton.
Aficionado al ballet y obsesionado con los gatos. Pero sobre todo, el escritor e ilustrador estadounidense Edward Gorey, que hoy cumpliría 88 años, vivió toda su vida destilando un característico humor negro que le catapultó al pedestal de autor de culto del relato gótico y cruel. Sus trabajos, macabros y retorcidos dib...ujos de sencillos trazos, sirvieron de inspiración, sin embargo, a grandes figuras del cine como Tim Burton, que en más de una ocasión aseguró que algunos de sus personajes nacieron a raíz del tratamiento naif que impregna las crueles y trágicas historias de Edward Gorey.
Todo en Edward Gorey roza la excentricidad que caracteriza a los grandes genios. Manejaba el juego de las apariencias como un experto -consideraba que una obra solo merecía la pena si parecía que hablaba de una cosa, pero abarcaba otra diferente-, focalizaba sus trabajos en su cabeza como auténticas novelas victorianas, coleccionaba postales de bebés muertos, compraba libros compulsivamente, pasaba los días envuelto en abrigos de pieles. Edward Gorey realizó su primer dibujo cuando todavía no había cumplido los dos años y aprendió a leer sin ayuda a los tres, huia de las reuniones sociales, no se perdía ni una función del New York City Ballet, adoraba jugar al Monopoly y era capaz de conseguir un equilibrio casi perfecto, casi tierno, entre el humor ácido y las imágenes oscuras y tenebrosas que predominaban en sus historias.
Edward Gorey debutó en los años 50, pero su popularidad inmediatamente se vio reducida a los pocos que supieron (y saben) apreciar en su lápiz su capacidad para caricaturizar la tragedia. Edward Gorey nunca fue un autor de masas. Se inventó y levantó en el papel un mundo surrealista, de personajes pálidos, escuálidos, sometidos a la resignación de la desgracias de tal forma que consiguen arrancar las sonrisa al lector que contempla cómo la irremediable tragedia se adueña de ellos. Más de 60 de sus pequeñas obras se recogen en las antologías Amphigorey (1972), Amphigorey Too (1975), Amphigorey Also (1983) y Amphigorey Again (2004), episodios desbordados de una mordaz crítica del día a día en los que subyace la influencia en Edward Gorey de autores como Ronald Firbank, Evelyn Waugh, Ivy Compton-Burnett y, sobre todo, Agatha Christie.
Edward Gorey, que nació en Chicago y acudió solamente durante un semestre a a la Escuela de Arte de Chicago, editó su primer álbum ilustrado en 1953, The Unstrung Harp, un relato de las calamidades y la frustración de un novelista que batalla con los obstáculos de la vida literaria. Pero una de las obras más populares de Edward Gorey fue, y sigue siendo, un abecedario que, letra por letra, cuenta la historia de un niño -cada letra corresponde a la primera del nombre de un pequeño-, víctima de algún infortunio o accidente. The Gashlycrumb Tinies acompaña cada vocal y cada consonante de un dibujo en blanco y negro, una viñeta en la que Edward Gorey recrea, con sencillez y maestría al mismo tiempo, el momento justo de la desgracia que azota a sus jóvenes protagonistas.
El humor negro se mezcla en el legado de Edward Gorey con sus dos grandes devociones, los felinos y el ballet. El ilustrador era un incondicional de los gatos, mascotas que le inquietaban y atraían su atención hasta tal punto que el estadounidense intento no pocas veces capturar sus astutos movimientos en dus dibujos, reflejados en obras como Dancing Cats and Neglected Murderesses, en la que los bocetos de estos animales se confunden con siluetas femeninas. Edward Gorey llegó incluso a ceder en su testamento la gestión de su obra a una fundación dedicada a la defensa de los perros y los gatos.
Y más allá de mascotas, espectáculos de ballet y niños desgraciados, Edward Gorey llegó incluso a sumergirse de cabeza con una de sus obras en el terreno del erotismo. Se trata de The Curious Sofa, un trabajo que reúne un conjunto de dibujos en los que su autor huye del sexo explícito y llama la atención a través de detalles, que insinúan más que decir, que dejan todo el trabajo a la imaginación, haciendo lo que mejor sabe hacer Edward Gorey, jugar con la deducción y la inteligencia del lector.
Aficionado al ballet y obsesionado con los gatos. Pero sobre todo, el escritor e ilustrador estadounidense Edward Gorey, que hoy cumpliría 88 años, vivió toda su vida destilando un característico humor negro que le catapultó al pedestal de autor de culto del relato gótico y cruel. Sus trabajos, macabros y retorcidos dib...ujos de sencillos trazos, sirvieron de inspiración, sin embargo, a grandes figuras del cine como Tim Burton, que en más de una ocasión aseguró que algunos de sus personajes nacieron a raíz del tratamiento naif que impregna las crueles y trágicas historias de Edward Gorey.
Todo en Edward Gorey roza la excentricidad que caracteriza a los grandes genios. Manejaba el juego de las apariencias como un experto -consideraba que una obra solo merecía la pena si parecía que hablaba de una cosa, pero abarcaba otra diferente-, focalizaba sus trabajos en su cabeza como auténticas novelas victorianas, coleccionaba postales de bebés muertos, compraba libros compulsivamente, pasaba los días envuelto en abrigos de pieles. Edward Gorey realizó su primer dibujo cuando todavía no había cumplido los dos años y aprendió a leer sin ayuda a los tres, huia de las reuniones sociales, no se perdía ni una función del New York City Ballet, adoraba jugar al Monopoly y era capaz de conseguir un equilibrio casi perfecto, casi tierno, entre el humor ácido y las imágenes oscuras y tenebrosas que predominaban en sus historias.
Edward Gorey debutó en los años 50, pero su popularidad inmediatamente se vio reducida a los pocos que supieron (y saben) apreciar en su lápiz su capacidad para caricaturizar la tragedia. Edward Gorey nunca fue un autor de masas. Se inventó y levantó en el papel un mundo surrealista, de personajes pálidos, escuálidos, sometidos a la resignación de la desgracias de tal forma que consiguen arrancar las sonrisa al lector que contempla cómo la irremediable tragedia se adueña de ellos. Más de 60 de sus pequeñas obras se recogen en las antologías Amphigorey (1972), Amphigorey Too (1975), Amphigorey Also (1983) y Amphigorey Again (2004), episodios desbordados de una mordaz crítica del día a día en los que subyace la influencia en Edward Gorey de autores como Ronald Firbank, Evelyn Waugh, Ivy Compton-Burnett y, sobre todo, Agatha Christie.
Edward Gorey, que nació en Chicago y acudió solamente durante un semestre a a la Escuela de Arte de Chicago, editó su primer álbum ilustrado en 1953, The Unstrung Harp, un relato de las calamidades y la frustración de un novelista que batalla con los obstáculos de la vida literaria. Pero una de las obras más populares de Edward Gorey fue, y sigue siendo, un abecedario que, letra por letra, cuenta la historia de un niño -cada letra corresponde a la primera del nombre de un pequeño-, víctima de algún infortunio o accidente. The Gashlycrumb Tinies acompaña cada vocal y cada consonante de un dibujo en blanco y negro, una viñeta en la que Edward Gorey recrea, con sencillez y maestría al mismo tiempo, el momento justo de la desgracia que azota a sus jóvenes protagonistas.
El humor negro se mezcla en el legado de Edward Gorey con sus dos grandes devociones, los felinos y el ballet. El ilustrador era un incondicional de los gatos, mascotas que le inquietaban y atraían su atención hasta tal punto que el estadounidense intento no pocas veces capturar sus astutos movimientos en dus dibujos, reflejados en obras como Dancing Cats and Neglected Murderesses, en la que los bocetos de estos animales se confunden con siluetas femeninas. Edward Gorey llegó incluso a ceder en su testamento la gestión de su obra a una fundación dedicada a la defensa de los perros y los gatos.
Y más allá de mascotas, espectáculos de ballet y niños desgraciados, Edward Gorey llegó incluso a sumergirse de cabeza con una de sus obras en el terreno del erotismo. Se trata de The Curious Sofa, un trabajo que reúne un conjunto de dibujos en los que su autor huye del sexo explícito y llama la atención a través de detalles, que insinúan más que decir, que dejan todo el trabajo a la imaginación, haciendo lo que mejor sabe hacer Edward Gorey, jugar con la deducción y la inteligencia del lector.
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